miércoles, 2 de marzo de 2011

Sal y luz de la Tierra


Ustedes son la sal de este mundo. Pero si la sal deja de estar salada, ¿cómo podrá recobrar su sabor? Ya no sirve para nada, así que se la tira a la calle y la gente la pisotea.” Mt 5,13.

Estamos a punto de sumergirnos en un tiempo fuerte de reflexión, en una semana inicia la Cuaresma.  Una vez mas, Dios nos invita a revisarnos, a salir de nuestro pecado y volver nuestro rostro a lo único escencial: Él.  Los cambios siempre vienen cuando aprovechamos una crisis, un desierto, un paso del Señor.

Ser sal de este mundo no es otra cosa que ser santos.  Y no podemos ser un poquito santos, debemos querer ser completamente santos, aunque estemos siempre en ese proceso de dejarnos transformar por el Espíritu Santo.  Si dejamos nuestro deseo, nuestro interés, nuestro primer impulso, posiblemente nuestras acciones y perseverancia se vayan opacando poco a poco.  Sin buscar la ayuda espiritual podemos hasta caer en esa triste enfermedad espiritual que es la tibieza.  Todos los días, cada nuevo día, uno tras otro, somos invitados a amar a Dios y cumplir su Palabra, a buscar y a dejarse encontrar por el amor del Padre.  El riesgo del desánimo es grande, pero Dios está con nosotros.

Si no estamos siendo sal del mundo, entonces ¿qué somos? ¿cuál es nuestro sabor?

Pidamos sabiduría para ser y seguir siendo sal, para darle al mundo un sabor a Reino de Dios, degustable para todos nuestros hermanos y nuestro Padre sea glorificado. 

Aquí una historia que nos hace reflexionar sobre nuestra forma de actuar:

Un hombre se introdujo en la huerta de un vecino para robarle maíz.  Llevó consigo a su hijito para que hiciera de guardián y le avisara si se aproximaba alguien.  Antes de comenzar verificó que no hubiese nadie en los alrededores.

Miró a un lado y luego al otro. Al no ver a nadie se disponía a llenar la bolsa que llevaba consigo, cuando de repente el niño exclamó: "¡Papá, te olvidaste de mirar en otra dirección!"

Suponiendo que se acercaba alguien guardó rápidamente la bolsa y le preguntó a su hijo en voz baja: "¿Dónde?"
Este le respondió: "¡ Te olvidaste de mirar hacia arriba!"

Al padre le remordió la conciencia, tomo a su hijo de la mano y emprendió el regreso a casa sin el maíz que había planeado robar.

Tomado de: ACIPRENSA

Aquí una canción que nos puede servir como oración para meditar en el corazón:

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