jueves, 8 de septiembre de 2011

La Natividad de la Santísima Virgen María



Madre, hoy te queremos decir más que nunca: te quiero.  Aquí queremos compartir una meditación del padre Gabriel de Santa María Magdalena OCD, para que nos ayude a meditar en esta fecha.  

"Oh María, tu natividad fue para el mundo entero esperanza y aurora de salvación" (Después de la comunión).

1.  "Celebremos con alegría el nacimiento de María, la Virgen: de ella salió el sol de justicia, Cristo, nuestro Señor" (Entrada).  La natividad de María es el preludio de la Natividad de Jesús, porque con la aparición de ella comienza a realizarse el plan de Dios para la encarnación de su Hijo divino.  En la Virgen de Nazaret el Altísimo prepara a la que será su Madre.  La Madre preanunciada al Hijo, dice que el Hijo está para llegar, que las promesas antiguas acerca de la salvación de la humanidad están para convertirse en historia.  La grandeza de María está toda aquí: es la criatura elegida por Dios para madre de su Unigénito.  Miqueas la vaticinó como "la que ha de dar a luz" (5,2), desigando el tiempo de su parto como el comienzo de una era nueva, cuando de "Belén de Efrata... saldrá el jefe de Israel" (ib 1).  Pues en Belén, al nacer Jesús de la Virgen María, comenzará la era de la salvación mesiánica.

La natividad de María, es, pues, la aurora de la redención; su aparecer proyecta una luz nueva sobre toda la humanidad: luz de inocencia, de pureza, de gracia precursora de la gran luz que inundará la tierra cuando aparezca Jesús "luz del mundo".  La Virgen preservada del pacdo y llena de gracia en previsión de los méritos de Cristo, no sólo anuncia la redención cercana, sino que lleva en sí sus primicias, como la primera redimida por su Hijo divino.  Su concepción inmaculada es la primera flor, brotada anticipadamente, del misterio pascual, flor que alegra al mundo y atrae las complacencias del Altísimo.

Después del nacimiento de Jesús, ningún otro nacimiento ha sido tan importante a los ojos de Dios y tan precioso para el bien de la humanidad como el de María.  Con todo, este nacimiento quedó en la oscuridad: nadie lo registró, nada dicen de él las Sagradas Escrituras.  Los orígenes de María se pierden en el silencio, como en el silencio se perdió toda su vida.  La natividad de María es un suceso grandioso envuelto en profunda humildad.  Cuanto más quiere elhombre crecer a los ojos de Dios, tanto más pequeño y humilde debe hacerse, escondiéndose a sus ojos y a los de los demás.

2. La primera vez que María aparece en el Evangelio de Mateo es al final de la genealogía de Jesús: "Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo" (1, 16).  En el de Lucas aparece por primera vez en el relato de la anunciación del Señor.  En los de Marcos y Juan sólo más tarde, durante el ministerio de su Hijo.  En todo caso María entra en el Evangelio sólo con referencia a Jesús, en su cualidad de Madre del Salvador, y aunque su presencia se entrevea en muchas páginas, sore todo de Lucas, es tan discreta y velada de humildad que desaparece en la de su Hijo.  La vida de María se confunde y pierde en la de Jesús, pues vivió verdaderamente escondida con Cristo en Dios.  Vivió en la sombra no sólo los años de la infancia, sino también en los días de su maternidad divina, en los momentos de triunfo de su Hijo y hasta cuando una mujer entusiasmada por la predicación de Jesús, alzó la voz en medio de la multitud, gritando: "¡Dichoso el vientre que te llevó!" (Lc 11, 27).

La fiesta mariana celebrada hoy por la Liturgia es, pues, una invitacióin a la vida escondida con María en Cristo y con Cristo.  ¡Dichosos los que Dios mismo, a través de las circunstancias, conduce por un camino de humildad y de sencillez, sin nada de lo que brilla a los ojos de los hombres"  Estos tales no tienen más que adherirse al plan divino para entrar en el grupo de los pobres de espíritu a los que se les ha prometido el reino de los cielos.  Pero también a quienes el deber  compromete en responsabilidades especiales y sus oficios en la sociedad o en la Iglesia los pones en el candelero, están llamados a imitar la actitud de María.  Hay que aprender de ella a obrar de modo que se sirva a los hermanos sin ruido, sin hacer valer la propia persona ni arrogarse privivlegios, buscando más bien eclipsarse, sobre todo cuando la propia actividad no es ya necesaria.  El que aspira a copiar el modelo de María, ha de ansiar esconderse a la sombra de Dios, convencido de que, si se le concede hacer un poquito de bien ello es don divino y ha de ordenarse al provecho común y a la gloria del Altísimo.

¡Qué noble, grande y glorioso fue tu nacimiento, oh bienaventurada María!... ¡Qué cúmulo de gracias derrama ese día sobre tu cabeza Dios Padre!... Veo el Verbo eterno acudir él mismo a consagrar su tabernáculo y enriquecerlo de tesoros celestiales con una generosidad sin límites, porque quiere, ¡oh venturosa niña, aurora de nuestra redención!, quiere que nazcas digna de él y sientas el don inmenso de tener un Hijo que, al mismo tiempo que hijo es autor de tu nacimiento.  ¿Qué mente no se siente perdida a la visión de prodigios semejantes? ¿Qué, no digo palabra, pero ni siquiera pensamiento podrá elevarse tanto que iguales el honor y la majestad de la Madre de Dios?...
Así, pues, la noche ha pasado y se acerca el día, ese día venturoso y glorioso, tantos siglos prometido a la pobre naturaleza humana!...  Ya comienz a brillar el día de Jesús y nosotros gustamos ya su luz benéfica; ya centellea su luz sobre ti, oh María, cuando naces, pues naces exenta de pecado y llena de gracia.  Tú eres manantial abundante de caridad para los pecadores, es decir, para todos los hombres, porque todos somos pecadores (J.B. BOSSEUET, Nacimiento de la Virgen, 2, 1, 3, exord.).
Oh María, tú eres la criatura que conoció el don de Dios y no desperdició nada de él, tan pura, tan luminosa que parecías la luz misma.  "Speculum justitiae": tu vida fue tan sencilla, tan absorta en Dios, que apenas puede decirse algo de.  "Virgo fidelis": eres la Virgen fiel, "la que guardaba todas aquellas cosas en tu corazón".  Te sentías tan pequeña y permanecías tan recogida delante de Dios, en el santuario de tu alma, que atrajiste las complacencias de la Santísima Trinidad.  "Porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso me llamarán feliz todas las generaciones".
El Padre, al contemplarte tan bella, tan ignorante de su hermosura, determinó que fueras en el tiempo la Madre de Aquél de quien él es el Padre en la eternidad.  Vino entoces sobre ti el Espíritu de amor que preside todas las operaciones divinas: y tú, oh Virgen, pronunciaste tu Fiat: "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra".  Y se realizó el maor de los misterios.  Por la encarnación del Verbo, fuiste para siempre posesión de Dios (ISABEL DE LA TRINIDAD. 1 Retiro, 10, 1).  
Tomado de: P. Gabriel de Sta. María Magdalena.1998. Intimidad divina: meditaciones sobre la vida interior para todos los días del año. 9 ed. Editorial Monte Carmelo, Burgos. 1688 p.





¡Tus hijos te saludamos Madre!

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